“El letargo
le duró un par de días. Al despertar, notó como corría por sus venas, sangre
diferente. Sangre que no le pertenecía. Con mucho esfuerzo, intentó recordar
todo lo que había pasado, pero fue en vano. Parece ser que la vida le había
dado otra oportunidad pero ella misma se había encargado de no explicarle los “porqués”.
Le costaba
incorporarse, pero aun así se sentía mas viva que nunca. No había absolutamente
nada en su cabeza, es más, notaba que nunca pasó por su cabeza nada malo. Nada absolutamente.
Estaba
sola, en una habitación. Blanca, demasiado blanca. A su derecha tenía un balcón
que, aun se preguntaba su función ya que los enfermos no se podían ni mover. Pero
no estaba ahí por cualquier cosa. Y días más tardes se dio cuenta. Sí. De hecho
propuso que todas las habitaciones de hospital deberían tener un balcón. Y
todos los enfermos, deberían vivir una historia tan bonita como la suya…”
La
despertaron, los incipientes rallos de sol que atravesaron con lujuria la
persiana. Había tenido una pesadilla… De repente se incorporó con velocidad,
sin acordarse de la cicatriz. Pero ella misma se encargó de avisarla: lanzó un
grito entrecortado. Pero duró poco. Al otro lado de la cama todo estaba
perfecto.